EN BUSCA DE NUEVOS TERRITORIOS

13.06.2013 20:21

"Es difícil  empezar un camino contando con pocas armas para lograrlo". 

Creo que esa frase  fue una de las que siempre me marcó de niño, y es que quien no tuvo esas ansias de hacer algo que siempre te impidieron, ese anhelo de buscar sin cesar la razón de los límites que te ponían en el camino tus padres, pese a siempre  escucharlos, tenías en la mente un motivo superior para  desobedecerlos y con la decisión tomada salías a enfrentar ese aparente mundo inmenso, batallando para encontrar respuesta del porque siempre ellos te ponían límite para todo; y en fin, de todo esto sale la experiencia que recuerdo hasta el día de hoy, esa primera vez que escape en mi bicicleta.

En la hermosa época de mi niñez yo y mi bicicleta andábamos a todo lado, yo a los 9 años montado en ese asiento negro con un pequeño parche al costado, me consideraba realmente un has al volante, me sentía el dueño de las calles de mi urbanización y prácticamente el más audaz de aquella zona, no tenía por qué envidiar a nadie, pues pese a que había sido muy poco el tiempo en que había conseguido manejar, no existía para mi ninguna barrera para hacer lo que quiera, mi pecho engrandecía y podía presumir a todos los niños de la “urba” que era el rey de las calles. Pero es aquí donde mi Madre entra en el relato y hace pedazos mis aires de grandeza, volviendo a mi pecho engrandecido, un triste "pechito de gato"; ella me prohibía salir de las rejas del reinado que tenía dentro la urbanización, es más, ella  dio órdenes estrictas de ser vigilado por los "guachimanes" para que no lograse fugarme de mi reino, y era ahí donde sentía que esas rejas y esos dos hombres con gorra café y una macana al costado, eran un muro que impedía expandir mis territorios.

Pero un día, después de tantos intentos, fui muy audaz, pues aproveche que lo guardianes de la reja la abrieron por unos segundos y yo sin pensarlo acelere, puse todas mis fuerzas en el pedal y pude escapar.

"Cuando sales de tu mundo y exploras uno nuevo, siempre sientes al principio un aire puro, una calma total, pero a medida que va pasando el tiempo, esos instantes de calma se transforman en peligro y preocupación" y lamentablemente, eso sentí yo.

Recorrí varias calles de Yanahuara y en ellas sentía que invadía nuevos espacios en los cuales expandía mis aires de grandeza, me sentía la venerable majestad de la zona, pase por todos los callejones posibles cerca a la plaza y fue en uno de ellos  donde mi desgracia se originó, me desplomé de la bicicleta, pues  la bendita cadena se trabó, caí de rodillas e hice lo que un niño de esa edad al sentir dolor y ver una herida suele hacer, llorar.

Aún recuerdo que no lloraba por esa herida, lloraba por impotencia, pues no logré conseguir ese infantil anhelo de sentirme poderoso, pese a haber escapado de la urbanización, me sentía un idiota solo y desprotegido, vulnerable a todo, me sentía un soldado que va a la guerra sin experiencia, sin armas y sin un batallón alado suyo.

Decidí quedarme un tiempo más tirado en el suelo, creo que me sentía indigno de poder volver con las rodillas partidas a mi reino, y cuando ya todo oscurecía, vi a lo lejos la silueta de mi madre corriendo hacia mí, no sé cómo, ni se porque, solo sé que ella estaba justo en el lugar preciso, se acercó, me sacudió, me cargo y lloro conmigo.

Aquella tarde nunca podré olvidarla, porque pese haber pasado tantos años, ese recuerdo me enseño que hay veces el creerte y aparentarte autosuficiente es muy fácil de lograr, pero estar preparado para ello toma muchos años para conseguir. Cada vez que paso por ahí, en una bicicleta distinta a la de esa vez, ya la cadena no se traba, y si bien suelo seguir cayendo de rodillas, puedo levantarme, sacudirme como lo hizo mi madre aquella vez... y seguir el rumbo.